Según un informe de la CEOE desde 1970, se han puesto en
marcha un total de 39.340 normas estatales, repito por si se nos hubiera colado el dato, estatales; sólo en el 2013 se
publicaron en el BOE nada menos que 688. La mayoría de las normas estatales, son a base de
órdenes ministeriales (60,3%), seguidas de los reales decretos (30,48%) y de
los decretos (4%) ya a una distancia muy considerable de las anteriores formas
de regulación.
No vamos a continuar con las materias publicadas, ni muchos
más información, para la muestra vale un botón, como el siguiente: las hojas publicadas, desde el inicio de la serie
pasan de 170.000, si bien es cierto que desde el 2011 se aprecia una
disminución en la actividad impresora, serán los recortes. En ámbito autonómico, la voracidad legislativa es
incluso mayor, por ejemplo en nuestra comunidad que no es especialmente activa en este campo, el BOCYL publicó a lo largo del año 2013 casi 85.000 páginas, el
10,1% del total de las publicadas en los boletines autonómicos que suman más de
800.000.
Y me hace reflexionar si no será mucha reglamentación, dudar
incluso si realmente tanto hay que legislar, tantas actividades que haya que
acotar y relaciones que tipificar. Y me pregunto si no sería mejor, a la vista
de la destrucción y el empobrecimiento del tejido empresarial y económico,
facilitar la vida a los agentes económicos -empresarios y trabajadores- para
que puedan dedicarse a hacer lo que mejor hacen: crear riqueza y bienestar. ¿No
es mejor poco y claro que mucho y farragoso? Establecer un marco jurídico donde
las partes sepan exactamente lo que les afecta y puedan acordar en función de
ello. De qué valen tantas normas si es imposible para el común de los mortales
un mínimo conocimiento de su existencia y de su repercusión final en cada uno,
lo cual es mucho más peligroso: ignorantia
legis non excusat.
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