En el informe de la corrupción que la homónima comisión de la
Comisión Europea, lamento el retruécano, recientemente publicado y que analiza
los 28 países de la UE, nos coloca como no puede ser de otra forma a la cola, o
lo que es lo mismo: España es un país de los más corruptos y cifra el costo que
supone esta práctica en el 1% del PIB europeo, aproximadamente 120.000 millones
de euros (algunos la estiman muy conservadora). Los más transparentes, los del
norte, los más afectos los del sur y los del este y entre ellos destacan Grecia
y España, sobre todo España habida cuenta de la magnitud y desarrollo de
nuestra economía.
Y qué dice el informe, pues que se han hecho avances en la
legislación y se ha aplicado con buenos resultados en materia de investigación,
queda mucho, sobre todo referida a la política y los controles relativos al
gasto público en las diferentes niveles competenciales. E insiste en seguir
luchando contra todas las irregularidades y en la aplicación de las reformas en
curso de manera que se aumenten los controles y la trasparencia. Y es que según
el informe 4 de cada cinco empresas cree que la corrupción es generalizada en
España.
La corrupción es un intercambio privado entre dos partes
donde una tiene poder de decisión sobre un servicio y/o un recurso, que se usa
en beneficio propio o ajeno, en todo caso diferente al bien público, y que
implica la expectativa de una ganancia neta para ambas partes. (MacRae)
La corrupción es un fenómeno muy estudiado, donde destacan
dos corrientes principalmente una encabezada por G. Becker, eminente premio
Nobel gracias a sus estudios sobre la conducta humana, sostiene que existe una
relación entre los costes y los beneficios en los comportamientos y en las
respuestas a los mismos. Así para desincentivar una conducta criminal habrá que
calcular sus pérdidas sociales y los recursos adecuados para minimizarlas,
donde se enmarca el castigo a aplicar, para buscar un punto de equilibrio entre
costes y beneficios. El coste que le supone al corrupto debe ser inferior a los
beneficios que pudiera obtener, si las probabilidades de ser pillado son muy
altas y el castigo es importante la corrupción disminuirá. Y viceversa.
Calcular coste social de la corrupción es sumamente difícil y
a parte de las estimaciones como la anterior, hay que tener en cuenta cierto
multiplicador implícito en el delito y extremadamente dañino (H.D. Vinod), que
reduce la eficiencia y la acumulación de capital, actuando como un impuesto
solo que extraodinariamente distorsionante, injusto y por supuesto ilegal. De
hecho la corrupción es la nota común en todos los países subdesarrollados. El
problema de la corrupción es tan diverso y amplio que en economías muy reguladas
y burocratizadas, cierto grado sea incluso positivo ya que pudiera suponer un
incentivo haciendo que el corrupto trabaje más que los “legales” -supongo que
este caso sería el menos infrecuente, pero pudiera existir, tal es la
complejidad del alma humana-. Becker sentenciaba polémicamente “gracias a Dios
hay corruptos”, porque hacen la vista gorda en muchos proyectos que de cumplir
todas los requisitos y trámites dormirían sine die el sueño de los justos.
Para Becker la complejidad de los estados, la excesiva
normativa, los innumerables trámites, y en general el grado de burocracia, son
requisitos fundamentales donde tienden a manifestarse con mayor virulencia las
prácticas corruptas, añadiendo al binomio subdesarrollo-corrupción el concepto
burocratización. Es fundamental por lo tanto disponer de unas herramientas
punitivas del delito, que desincentiven por un lado y por otro es
imprescindible reducir el tamaño de los estados, su complejidad y su influencia
en los ciudadanos, simplificando procedimientos, eliminado normas y dotando de
una mayor transparencia aquello que les compete y tienen capacidad decisoria.
Otra corriente, entre ellos Ray Fisman (invito a que se lea
el estudio sobre infracciones de los diplomáticos) es la que establece cierta
relación entre corrupción y cultura, de manera que serán las sociedades y no el
individuo responsables últimas ya que se permite cierta propensión a delinquir.
Si los costes son los mismos o parejos en todas las sociedades desarrolladas,
entonces ¿porqué hay más casos en unos que en otros? España sigue siendo un
país de pícaros donde se premian los atajos y los listillos son considerados
paradigmas ejemplarizantes y donde los casos de corrupción prevalezcan. En esta
línea abunda Mark Nielssen (ver Darwin en el supermercado) que considera que la
corrupción está grabada en los propios genes, fruto del comportamiento
evolutivo que ha permitido a seres inferiores aprovecharse de sus colegas más
dotados físicamente para sobrevivir y no solo eso, también reproducirse y trasmitir
las habilidades que tuvieran, entre ellas ser corruptos.
Todas tendrán razón: un estado tan descentralizado como el
español requiere de un complejo sistema de control: la existencia y el poder de
ayuntamientos, diputaciones, comunidades, hacen que la probabilidad de
encontrarnos con corruptos sea alta, basta multiplicar una probabilidad X
idéntica para todos los estados por el número de niveles competenciales y se
multiplica ya en España por al menos 4.
Para reducir la corrupción no hay otra, o bien se limitan los
trámites y la burocracia eliminando niveles o tamaño, liberalizando las
relaciones sociales o bien, se mejoran los controles y la transparencia, en cuyo
caso, se requeriría entonces de un riguroso sistema legal de manera que el
coste de delinquir sea alto y desincentive la práctica fraudulenta. ¿Pueden
nuestro ordenamiento jurídico actual actuar rápida y diligentemente para
aplicar el castigo? Seguramente no, ni pueden, ni les dejan.
Finalmente sobre las culturas más o menos corruptas, las hay
en todos los países en mayor o menor medida: decir que el español es corrupto
por naturaleza y el alemán no, creo que es desproporcionado y falso. Corrupción
va también fuertemente unido a educación, a la poca o mala educación y quizá
por este lado tengamos que trabajar un poco más: formando en valores y evitando
actos de contrición a los que solemos estar muy acostumbrados en este país de
conejos que en nada benefician y sí perjudican a nuestra propia autoestima.
En recuerdo de que no todos los políticos son iguales, Don Adolfo, descanse en paz.
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