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lunes, 6 de junio de 2011

Y más problemas, la estanflación: nubarrajos en el mercado exterior.


Estanflación, curioso palabro: paro con inflación. Hasta hace bien poco, los economistas defendían una teoría por la cual un Gobierno podía elegir o decrecimiento (paro) o inflación y se representaba incluso en una curva llamada de Philips por su “inventor”. El mecanismo era sencillo, el Gobierno combinando un acertado nivel de políticas fiscales agresivas y monetarias expansivas podía elegir un binomio adecuado.
Poco paro, gastamos más y sube la inflación; menos inflación, pues gastamos menos, pero sube el paro. Con el tiempo, poco como ya dije, se demostró que estas relaciones dependen de más componentes como siempre que se analizan las ciencias sociales, con lo que se llegó a la conclusión, sabia por otra parte, que lo que se creía hasta ese momento es falso y que el mundo es mucho más complejo de lo que representan los modelos econométricos más complejos y por ende saber, lo que se dice saber, no sabemos nada. Nace la estanflación o lo que es lo mismo el paro con inflación, estamos en los maravillosos años setenta en plena crisis del petróleo, la primera de muchas otras que hubo y que habrá.
Hasta hace apenas unos años no volvimos a saber de ese curioso término. Hasta el 2007 en concreto. La crisis empezó a sacudir las principales economías del mundo en forma de decrecimiento y paro –primera parte de la ecuación-. Y los gobiernos en una actitud generalizada, conscientes de que tienen que hacer algo aunque empeore la situación, pusieron de su parte la inflación: gastar y gastar sin ton ni son. Seguramente España sea el país de Europa que más le han afectado ambos supuestos por su propio tejido empresarial, es una economía muy sensible a variaciones en el crecimiento y por lo tanto desempleo; y poco competitiva, lo que se traduce en precios altos.
Todo esto de introducción al grave problema con el que se enfrenta nuestra economía, al menos como válvula de escape actual: las exportaciones. Mantenemos endémicamente un diferencial de precios con nuestros competidores muy alto que se acrecienta a lo largo de lo que va de año: en abril nuestro IPC era del 3,5%, frente al 2,8% de de la Zona Euro. Así independientemente de que fabriquemos mejor o peor, nuestros productos parten con un lastre extra, el precio. Y el precio influye en la compra. No es igual comprar naranjas españolas a 0.8 € que marroquíes a 0,5. Que sí que la calidad, ya, ya me conozco esa cantinela, pero al final se venden las de Marruecos.
El Euro bueno para unas cosas, no lo fue tanto para otras, así teníamos la costumbre (y no era sana por cierto), al menos hasta el año 1999, cuando los precios pintaban bastos se devaluaba la moneda y santaspascuas, las naranjas bajaban de golpe a 0,6 y ahora sí, con la calidad que tienen pues se venden mejor. De golpe hacíamos más competitivos nuestros productos por decreto. Pero ahora no se puede. La competitividad se gana a golpe de martillo, cada empresa la suya y si acaso lo único que puede y debe hacer el Gobierno es fomentar las condiciones mínimas y suficientes para que ello se produzca. Es decir que dote de estabilidad al sistema, es por ello la insistencia de cumplir con los parámetros del Pacto de Estabilidad de Maastrique.
Así que de poco vale la I+D+i, la racionalización en los sistemas de producción, los recortes de personal…todos los sacrificios que las empresas y los trabajadores están haciendo si no somos capaces de dotar a la economía de una estabilidad de precios necesaria para mantener nuestra presencia en los mercados exteriores.

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