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sábado, 9 de abril de 2011

Esto no es la crisis, es lo que hay


Decía un amigo mío, que la crisis ha pasado y lo que queda es lo que nos toca vivir. Y creo que tiene razón. Por todos lados aparece la palabra crisis y el anhelo de recuperación: unos lo remiten a un horizonte temporal más breve y otros lo dejan simulado en la lontananza, pero todos incoscientemente piensan que hay algo más, que la realidad no puede ser tan dura porque no nos la merecemos. ¿Cómo puede ser posible, la envidia de Europa, la joya de la corona, el bólido que no abandona el carril de adelantamiento viendo pasar a trote cochinero las rentas percápitas de nuestros vecinos -si ahí mismo está Francia-, cómo es posible? No, no puede serlo.


Pero ¿y si no hubiera nada más?. Solía decirnos un viejo profesor de filosofía, hace mucho tiempo -cuando los niños jugaban en las calles y los padres aún no sabían de los parques-, que los cristianos de tener la certeza de que no hay un Más Allá, serían las personas más patéticas de la Tierra. Y lo justificaba -era fraile, agustiniano para más señas- alegando la manifiesta irracionalidad en el modo de vivir del creyente sin una promesa de compensación a tamaño del sacrificio vital. Es lógica la relación entre la religión y los gobiernos: es mejor una mala situación que el riesgo de un cambio, donde unos subirán, otros se mantendrían y a no pocos descenderán. Pero cuando estás arriba no hay muchas posibilidades de mejorar, más bien suele haber una que no depende de uno, sino de los otros y suele acabar de bruces en la calle o algunas veces bonitamente ajusticiado. Todo pudiera ser y claro, amedrenta al poderoso, no cabe duda.

Volviendo al desarrollo inicial, y si de verdad no hubiera más, que lo que es, es lo que hay y que fuesen las condiciones no ya de ahora o del próximo año, sino las normales, las que corresponden a nuestra verdadera capacidad: ¿qué pasaría?. ¿Estamos preparados? Ya empiezan a haber voces que claman que la crisis es persistente, tozuda, y que al menos en lustros no nos abandonará, y no como ese asqueroso de deshodorante que se da el piro cuando más se le necesita. Esa es una fidelidad encomiable, más que la de muchas personas y para más INRI compartiendo desgracias, todo un ejemplo.

Lejos queda el tiempo de los despilfarros, que lo han sido. Las vacaciones, las justas y a ser posible a Asturias, como lo hacían nuestros padres hace treinta años. Treinta años, casi nada y que luego digan que 20 años no son nada. Hay algunos cantantes que habría que fumigarles. Los dos coches sobran y la casa en el campo, apenas sí hay para la hipoteca (que encima es más cara, ¡BCE, BCE, lama sabactaní!). La gasolina que no para quieta un momento (máximo tras máximo) y los alimentos y la ropa y el calzado y lo otro, total si encima no se consume ni una cosa ni la otra. Las gasolineras ponen el grito en el cielo, en el transcurso del año un 30% menos. Las terrazas de los bares, antes abarrotadas hoy apenas sí aguantan con ocupantes  y los riojas y las cervezas de importación, dejan paso de nuevo a los cortos y a los mostos. Y encima se marcha ZP.

Vuelven los ochenta: salvo la moda, el resto ha de retornar voluntariamente o a la fuerza. Solemos pensar que España es un país puntero, adelantado y muy desarrollado; y seguramente lo sea en muchas actividades; pero si lo es no desde luego por ósmosis. Sino por trabajo, esfuerzo y sacrificio. Desgraciadamente en otras muchas esos conceptos brillan por su ausencia. Decía Newton a un alumno que le preguntaba sobre lo que solía hacer antes de que le cayese la manzana en la cabeza, "estudiar día y noche".

Me gustaría dejar la imagen del coronel George Taylor (Chalton Geston) cuando descubre que el planeta donde ha corrido un sinfín de peripecias es el suyo y se postra demente ante la imponente Estatua de la Libertad medio enterrada y casi derruida, símbolo de lo que fue y no es.

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